Tuve un accidente con el coche y me entró miedo a conducir. Esta es mi experiencia
Amaxofobia. Quizás la palabra no te suene pero es un fenómeno mucho más común de lo que parece. Se define como fobia o miedo a conducir un coche, en su mayoría debido a una mala experiencia, o el miedo de involucrar en un accidente de tráfico a un ser querido.
En un mundo de conductores impacientes, de constantes pitidos, gritos y volantazos peligrosos, hay quien no puede soportar las situaciones más estresantes. Sudores, temblores y pánico les envuelven y son incapaces de pisar el acelerador, o de reaccionar siquiera. Hemos querido hablar con ellos para que nos cuenten cómo es la experiencia de no poder conducir por miedo. Este es su testimonio.
“Cuando di mi primer volantazo por nerviosismo, tuve terror pensando que por mi error podría haberle pasado algo a mi madre, que iba conmigo”
Rocío Pérez, que vive en Madrid, se sacó el carnet de conducir hace 10 años. Como cualquier novato, conducía de un modo bastante decente y a menudo acompañada, usualmente de su madre. Más pronto que tarde ocurrió un incidente que le quitaría las ganas de volver a agarrar un volante.
“Un día circulando por la M-30 fui a cambiarme de carril de la izquierda y no medí bien, así que el coche de al lado me pitó. Me puse un poco nerviosa, di un pequeño volantazo y casi me paso al carril del otro lado, al de la derecha, y ahí había otro coche, que también me pitó. Me enderecé, seguí en mi carril y no pasó nada, pero mi madre iba conmigo y me asusté muchísimo pensando que por mí error de cálculo podría haberle pasado algo a ella.”
Aunque fuera un incidente sin consecuencias, la sensación de miedo se quedó grabada en Rocío, que cualquier error o despiste al volante podía causar un daño a terceras personas. “Todo esto sumado a que soy despistada y tengo un sentido de cálculo espacial muy pobre, me agobia pensar que puedo hacer daño a alguien”.
Le preguntamos si ha intentado volver a coger el coche, a lo cual nos responde que intentó “dar unas cuantas clases de autoescuela hace unos años, a ver si se pasaba el miedo, pero no hay manera”. Al vivir en el centro de Madrid, el coche tampoco le es necesario, nos reconoce, por lo que simplemente a lo largo de este tiempo lo ha dejado atrás.
“Eso sí, en la moto voy con bastante calma, pero creo que es porque soy consciente de que no voy a hacer daño a nadie más, al no tener ese miedo voy más tranquila”.
“Arrasé las puertas de mi coche al intentar aparcarlo y dije ‘Hasta aquí'”
María Jesús, valenciana de 65 años, lleva sin conducir desde 1995. Se sacó el carnet de conducir a los 43 años. Nunca le ha gustado conducir, se lo sacó “por si algún día hiciese falta”. Solo ha conducido cuatro veces en su vida, siendo esta la última.
“Estuve cogiendo el coche siempre con algo de miedo, y la última vez cuando volví a casa con mi hermana, al entrarlo en el garaje no había forma. Me puse nerviosa, no me aclaré con la maniobra, a pesar de que mi hermana me estuviera indicando, y al final intenté empujar la pared con el coche. Las dos puertas de mi lado, arrasadas. La reparación me costó 60.000 pesetas, un dineral en esa época. Y dije ‘hasta aquí’”.
La frustración y la inseguridad hicieron que no volviera a coger el volante de ninguna manera. Pensó alguna vez en intentar recuperar el hábito intentándolo de nuevo, pero jamás llegó a ocurrir.
“Cada vez que me sentaba al volante me ponía a sudar del pánico, era insoportable”
Francisco, de Barcelona, nos cuenta algo parecido a lo que vivió Rocío: “Cuando iba a la universidad me saqué el carnet por pura utilidad, no porque me hiciera especial ilusión. No me compré el coche justo al tenerlo, sino tiempo después, cosa que creo que de alguna forma influyó”.
Al principio todo iba bien, cuando conducía por zonas tranquilas y sin mucho movimiento, pero se percató de que al estar en carreteras o al coger rotondas se ponía excesivamente nervioso, “los pitidos, los rodeos agresivos de los demás y gritos” hacían que perdiera el control.
“Una vez iba por la carretera en el carril izquierdo algo lento para ir con seguridad, y la gente no dejaba de pitarme y adelantarme, me causaba ansiedad, me ponía realmente mal“.
Se sacó el carnet en 2006, pero al tener este tipo de pánico constantemente lo dejó al poco tiempo, haciéndosele imposible conducir. Nos indica que hace unos años también intentó hacer unas prácticas de reciclaje, pero no sirvió de nada. Cuando conducía con el profesor de la autoescuela se sentía seguro, pues le corregía o simplemente estaba ahí para evitar que no pasara nada, pero al intentar de nuevo conducir solo o con alguien de copiloto de su entorno, el pánico y los sudores volvían. “Lo que me pone nervioso es que no voy cómodo por la carretera, me pone ansioso que la gente no pare de pitar, la forma de conducir que tienen, impaciente siempre”.
“Me bloqueé, me dio pánico, no sabía enfrentarme a la situación, mi pareja tuvo que coger el volante por mí”
Eva, de Málaga, condujo por última vez hace 11 años. Durante su viaje entre Málaga y Almería con su pareja, comenzó a hacer mucho viento durante su travesía por la carretera: “No se veían los coches, era una zona de campo y montaña donde se levantó mucho polvo, un viento tan fuerte que el coche cimbreaba. Perdí visibilidad, me bloqueé, me dio pánico y no sabía enfrentarme a esa situación, solo sabía que quería parar“.
Su pareja tuvo que ayudarla cogiendo el volante para que el coche no perdiera el control. En la primera salida a una estación de servicio pararon y cambiaron de conductor. Años después recuerda esa experiencia que le provocó fobia a coger un volante.
A los dos años de aquello, la gente de su alrededor, familia y amigos intentaron convencerla de volver a conducir, aunque fueran viajes pequeños de casa a casa dentro del pueblo, pero jamás autovía. Lo que hizo que definitivamente no volviera a coger un coche fue el día que su amiga la convenció para hacer un tramo más largo: “Era una cuesta para ir a otro pueblo, y de repente me topé con un autobús de frente y volví a tener el mismo sentimiento que la otra vez, me bloqueé y no supe reaccionar, me asusté tanto que no volví a coger un coche hasta día de hoy”.
Y si quiero volver a conducir, ¿no hay solución?
Si las circunstancias lo permiten, como vivir en una zona bien comunicada, hay quien decide dejar el coche de lado. Pero para otras personas que deseen o necesiten volver a agarrar un volante existe una solución.
Quizás se pueda confundir con “miedo de novato”, pero la realidad es que para las personas que sufren amaxofobia superarlo puede ser muy complicado, igual que otras fobias de distinta naturaleza.
La amaxofobia está catalogada como un trastorno de ansiedad, por lo que el camino no es fácil. Lo que no quiere decir que no tenga solución.
Maribel Muñoz Villas, coordinadora de Cursos de Conducción y Amaxofobia de la Fundación CEA, nos cuenta que “debido a que existen diferentes grados de miedo a conducir, no podemos indicar un único tratamiento y establecer un tiempo medio para volver a conducir. En muchos casos es necesaria la combinación de tratamientos multidisciplinares“.
Lo primero es partir de conocer mejor el origen de esa ansiedad, a qué se debe exactamente, y en base a ello trabajarlo. Debe combinarse con “terapia psicológica, con la conducción en circuito cerrado, todo ello dirigido y coordinado por un equipo de psicólogos y formadores viales especializados en el tratamiento de la amaxofobia, ayudando a los alumnos a perder su miedo a conducir, corregir situaciones de riesgo en carretera y solventar imprevistos durante la conducción”.
El objetivo final de todo tratamiento es que el sujeto, tras una exposición gradual, sea capaz de desarrollar una autoexposición de manera controlada y autónoma para poder llegar a realizar una conducción normalizada.
Lo ideal para tratar de superar la ansiedad es consultar con un psicólogo cual es la manera más amoldable para cada persona. No hay unas reglas fijas para superar este tipo de miedo, pues de cada persona nacen por distintas razones. La persona debe reconocer el problema y estar predispuesta a superarlo, después de un periodo de trabajo y adaptación.
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