Algunas personas nos hablan sobre sus extrañas fobias

Cuando tenía quince o dieciséis años tenía miedo de cruzar los puentes peatonales. En cuanto ponía un pie en el primer escalón sentía temblar mis piernas, las manos me sudaban y el corazón aceleraba su ritmo. Muchas veces crucé por el arroyo vehicular. Sabía que podía atropellarme un microbús o uno de los miles de automovilistas que siempre traen prisa en la Ciudad de México. Tenía gefirofobia, miedo a los puentes.

La fobia, dicen algunos expertos de la UNAM “es el miedo persistente, irracional, exagerado e invariablemente patológico frente algún estímulo específico o situación. Produce un estrés grave en la persona afectada, que habitualmente reconoce que su reacción es excesiva. La consecuencia es una necesidad imperiosa de evitar el estímulo temido”. Es decir, yo sabía que era ridículo tener miedo a cruzar un puente, pero no podía controlarlo.

Según yo no afectaba mi vida cotidiana, sin embargo, encontraba puentes en todos lados. Son necesarios en una ciudad como esta que da preferencia al automóvil y no al peatón. Hasta en el metro hay puentes. Cuando iba acompañado de alguien me sostenía de su brazo, cerraba los ojos y así pasábamos por la estructura. No había algo peor que sentir la vibración del piso elevado de cemento en mis pies luego que un camión o tráiler pasaba por debajo. Aunque nunca fui con un especialista, la mamá de una amiga, sicóloga la señora, aseguraba que viví un evento traumático de niño que provocó en mi mente la asociación del puente con caer de cierta altura o desmayarme. Incluso hasta escuchar una plática de mis padres o ver una película o algún programa de televisión pudo inducir ese miedo.

Jamás supe qué pasó conmigo, pero con el tiempo superé ese temor. Bueno, en parte, porque hace un par de años tuve que cruzar en auto el Puente Baluarte, que une a Durango y Mazatlán, y que cuelga sobre una barranca que rebasa los 400 metros de altura. Traté de no mirar y dormir, pero un cosquilleo en el estómago me mantenía alerta. Suerte la mía que no iba al volante. Seguro mis pantalones hubieran terminado manchados con mi propio excremento.

De a cuerdo con cifras de la Organización Mundial de la Salud, el seis por ciento de las mujeres que viven en México padece una fobia; en los hombre la cifra es del cuatro por ciento.

Conocí a algunas de estas personas y me platicaron sus fobias. Fue curioso observar que mientras hablaban de sus temores comenzaron a sufrir ansiedad, comezón, se tocaban los brazos o la cabeza, su tono de voz se elevaba y, así como yo, ninguno cree que su fobia afecte su vida cotidiana.

Thelma Peón. Profesora Universitaria.
Sufre entomofobia: miedo irracional y extremo a los insectos y otros artrópodos.

VICE: ¿Qué pasa si ahorita ves una hormiga o a cualquier insecto?
Thelma: Te diría: “¿lo puedes matar?”, así como tratando de aguantarme. Entonces si no lo matas me paralizo. No puedo estar atendiendo nada; tengo que estar viendo dónde está el bicho. Aquí en la universidad como hay tanto pasto, hay muchísimos bichos. Atrás de los salones donde doy clase hay un jardín muy grande, entonces hay alacranes, mariposas, cucarachas. ¡Todo se mete aquí, y todo me brinca encima! A mí me da miedo desde una hormiga hasta una catarina. A las mariposas les tengo terror. Todo mundo dice que son tan bonitas. Todas me caen arriba. Todas se me posan encima y me pongo muy mal. Les tengo mucho miedo. A las abejas, las avispas, arañas, hormigas, lo que sea. Te dicen: es bien bonito. No, no, no puedo. Me da mucho miedo.

¿Cuando empezó tu fobia?
Desde niña. Recuerdo que si había un hormiguero yo, despistada, me paraba arriba de él y me llenaba de hormigas. Si entraba una palomilla a mi casa, se colaba a mi cuarto y se me paraba arriba. Todos los bichos me caen siempre. He pensado que saben que tengo miedo y entonces me buscan. Un día caminaba por el pasillo y había un escarabajo, como de Discovery, ya sabes, así, grande, negro. Yo no entré al pasillo hasta que dije a alguien que sacara al escarabajo. Me decían “es que está lejos de tu puerta”. Yo no puedo hasta que lo quiten. Si lo matan estoy pendiente por si se mueve. Ahora nadie quiere matar insectos, porque la conservación y la cosa. Todo mundo los salva. Una cosa de horror. Yo no puedo con los insectos. Me dan mucho miedo todos. Es terrible.

¿Y reaccionas igual cuando ves fotografías?
Yo no veo programas de bichos. Fui a ver la película de Mimic, de Guillermo del Toro. Yo no sabía que era de insectos gigantes. Me salí, por supuesto. Jamás voy a ir al santuario de la Mariposa Monarca, nunca en mi vida. Si me dices cómo es el infierno, es así, el santuario de la Mariposa Monarca. Me muero. En los museos de ciencias naturales, donde es la parte de los bichos yo no entro. Si estoy viendo un documental y empiezo a ver abejas, hormigas, yo no veo eso. La paso mal. Yo no voy a días de campo, yo no convivo con la naturaleza. No me gusta. Uno puede ser feliz viendo Netflix. Y siento patas nada más de hablar de bichos. Todo me pica, es muy feo, no me gusta.

De alguna forma interfiere en tu vida cotidiana.
Me parece que no es importante, pero cuando hay un bicho la paso muy mal, ¡muy mal! Lo mínimo que me pasa es llorar. Me congelo. De verdad no sabes qué mal. Yo tengo un insecticida en todos lados, porque no siempre puede venir alguien a matarlos. Entonces echo el insecticida, me salgo, desaparezco y espero que muera. No puedo vivir sin insecticida. Ahora que empiezan las lluvias esto se llena de mariposas negras, las grandotas. Imagínate un salón de 40 niños de 20 años. Y entonces una chava mueve una mesa y sale una mariposa de esas negras, grandes, volando. Yo pego un grito, me volteo y se me pega en la espalda. No sabes cuánto lloré. Es penosísimo pero no lo puedo evitar.

¿Has tratado tu fobia con algún especialista?
No. Nunca lo he visto como un problema. A lo mejor si yo viviera en un rancho o algo así, tendría que trabajarlo. Vivo en un departamento donde no hay alfombra, donde todo es piso, no hay recovecos, la comida no sale de la cocina, tengo medidas de higiene muy especiales; todo lo limpio con cloro. No hay ni moscos. Mi cama se aspira todos los días o cada tercer día. No lo veo como algo para evitar bichos. Me parece que son cuestiones de higiene. No soy creepy limpiando. No me da miedo que me piquen y me muera. Me da miedo que se acerquen, que se suban, la sensación de las patas. ¡No!
Maribel Solórzano. Ama de casa.
Sufre brontofobia. Miedo extremo a las tormentas, sobre todo las eléctricas.

VICE: ¿Cómo descubriste el nombre de tu fobia?
Maribel: Lo busqué porque alguien me dijo “Eso no es fobia, eso nada más es una manía”. Y yo decía que sí era fobia porque es una situación que va más allá del miedo. Me provoca reacciones físicas fuertes. Entonces encontré brontofobia. Y todo mundo “Ah, le tienes miedo a los brontosaurios”.

¿Qué reacciones tienes cuando hay una tormenta?
En mi caso nada más basta con que empiece a hacer mucho aire y me da un ataque de pánico. Me empieza a temblar todo; comienzo a tener niveles de ansiedad muy altos. Puede ser desde sudar en exceso hasta paralizarme. Me ha pasado. Me da taquicardia. Después que pasa me duele la cabeza de tensión, y además he desarrollado ciertas manías asociadas con el evento. Si empieza una tormenta eléctrica me quito todo lo que pueda tener de metal: aretes, pasadores. Tengo por hobby bordar, entonces escondo agujas, escondo las tijeras. Me da la impresión que me va a caer un rayo o algo así. Y cuando se juntan tormenta eléctrica, aire y agua, es paralizante.

¿Desde cuando tienes esta fobia?
Mi primer recuerdo de esa sensación es entre los seis o siete años en la casa de mi abuela, en un rancho en Michoacán, lloviendo horrible, metida abajo de su cama.

¿Tratas de controlar tu fobia?
Si mis mismas manías me lo permiten a veces oigo música muy fuerte con los audífonos —hay veces que ni eso puedo tolerar—. Pero si lo puedo controlar me pongo los audífonos, me pongo a escuchar música muy, muy fuerte, apago las luces y me envuelvo en una cobija. Que no vea yo luces de los relámpagos. Nada. Ese es mi plan de acción más inmediato. Hay veces que la ansiedad no me permite ni eso, entonces me bloqueo.

¿Tu familia te auxilia cuando hay una tormenta?
Lo único que hacen es que me dejan en paz porque me pongo de muy mal humor, entonces ya saben que me pongo nerviosa, alterada. Se hacen a un lado.

¿Ha afectado tu vida familiar?
Básicamente con el bullying en la casa. Los hermanos, los primos se empiezan a reír de ti porque te espantas con el ruido de las tormentas. Ya siendo mamá me empezó a afectar porque yo sentía que no podía reaccionar igual. Creo que el miedo se contagia, entonces mis hijas chiquitas no entendían por qué me ponía así si solamente estaba lloviendo. Los días lluviosos son muy malos para mí.

Pero tú corres y a veces llueve mientras entrenas. ¿Qué sucede ahí?
Solamente he corrido una vez con lluvia. Pero nada más lluvia muy fuerte. No implicaba mucho ruido. Sí me distrajo, sí me empecé a sentir un poco ansiosa pero creo que me concentré más en ir corriendo que en el asunto de la lluvia. También ayudó mucho que no había truenos, no había aire. Yo creo que el día que me toque así, ese día aborto misión y a ver cómo me voy.

¿Cuál ha sido el episodio más terrible que has sufrido?
En Veracruz. Fuimos de vacaciones en diciembre. Se supone que ya no es época de temporal, y desde que llegamos empezó. No estaba lloviendo, sólo era viento. Ves las palmeras cómo se volteaban. Esa vez para mí fue mortal porque no podía regresar a mi casa. Mis hijas no le dieron mayor importancia; estaban en la alberca jugando y yo estaba encerrada en la habitación, tratando de no escuchar el ruido del aire. Y ahí no había ni por dónde, ni para meterme abajo de las camas, que era la manía que tenía cuando era chica. Me metí al baño, estuve un rato bajo la regadera tratando de no oír, pero no. Estuvimos tres días así.

¿Vas con algún especialista para tratar tu fobia?
He tratado de tener conciencia de mis reacciones para controlarlas. Nunca me he atendido. Sí me han dicho que igual si me hipnotizan o si voy a tomar terapia. No lo he hecho porque creo que es parte del bullying. De repente yo también digo: “Sí es cierto, ¿a qué le tengo miedo? No debería tomarle tanta importancia a que llueva, es algo natural, es algo normal, nunca va a dejar de llover”. Creo que todavía no toco fondo.

Saúl Santana. Emprendedor. Tiene una empresa de etiquetas.
Sufre aracnofobia: miedo extendido a las arañas.

¿Qué sientes cuando ves una araña?
Saúl: Ansiedad. No es temor. Creo que lo mío es consecuencia de lo obsesivo compulsivo que soy. Asco. Sudo si me cae una en el hombro o en las manos, o está muy cerca de mí. Pero si la veo, en escala del uno al diez —diez es cuando la tengo encima—, yo creo que un tres o cuatro. Cuando la pierdo de vista sube a cinco o seis porque no sé si en algún momento va a asaltar. O me va a comer. Cuando me cae una en el hombro yo no la puedo retirar. Necesito que alguien me la quite. Yo no la toco, qué tal si me enfermo. Me pasmo, dicen que no puedo hablar, pero yo digo que sí.

La tengo que ver muerta, porque si no veo su cadáver es posible que esté arrastrándose por ahí. Que no me acerquen el cadáver, pero sí tengo que ver que esté muerta. Es que aún así se les mueve una pata. Es lo más asqueroso que he visto. Y luego que la tiren a la basura o lejos de donde esté. Todo esto que te digo yo no lo hago. Yo nomás lo superviso, porque luego dicen “ya la maté” y nomás la espantan. Eso me ha pasado muchas veces. O luego la matan con la escoba y se queda ahí, y ya no puedo barrer porque está ahí la araña.

¿Recuerdas cómo comenzó tu miedo a las arañas?
No, pero yo recuerdo que en el baño de casa de mi mamá, en donde vivíamos cuando yo tenía como cinco años, me sentaba y enfrente de la taza estaba el lavamanos. Te quedaba a la altura de la frente cuando te sentabas. Entonces veía arañas ahí. Y le gritaba a mi mamá que las fuera a matar. Le pregunté a mi mamá y me dijo que le tengo miedo a las arañan desde antes de esa edad. Dice que un día nos quedamos a dormir en el pueblo de mi papá. Se llama San Bartolomé Atlatlahuca, en el Estado de México. Yo tenía como un año. Los techos eran de tejas con polines. Había mucha humedad. Cuenta mi mamá que apagaron la luz y que de repente empezó a ver que bajaban arañas. Le dijo a mi papá que prendieran la luz y vio dos o tres arañas. La luz era de una vela. Entonces prendió otra y les pasó la flama, hizo un poco de humo para alejarlas y empezaron a bajar más, muchas, muchas más. Dice mi mamá que parecía marabunta; las paredes se veían negras de puras arañas. Ella se puso a gritar. Yo creo que de ahí me quedó.

¿Nunca has matado una araña?
Con las manos no. Con el pie sí, cuando no hay remedio ni nadie más. Con una chancla. Yo no retiro el cadáver. Ahí se queda hasta que llega la gente y la quita.

¿Te has tratado con algún especialista?
No. Nunca. No es algo que imposibilite mi vida. Sí, tengo que revisar las cosas. Ahorita llevé una máquina y tengo que revisar los compartimentos. Yo ya sé dónde se ocultan las arañas, en las esquinas, los rincones, no son lugares muy cerrados. Entonces para agarrar la tapa, yo no le meto la mano o los dedos, sino que la agarro así, de la orilla, la levanto sin meter los dedos, para ver si no hay. Si veo una ya le digo a alguien que la mate.

Alguna vez tuve una tarántula para enfrentar mi miedo, pero me di cuanta que son diferentes. La tarántula está en otra rama. ¿Has vista las arañas africanas? Esa araña es la peor pesadilla porque es patona y además tiene tenazas. Incluso verla en la pantalla de la computadora provoca que me suden las manos. Horrible, horrible. Las tarántulas no me dan miedo.

Erica Rodríguez. Emprendedora. Hace palomitas gourmet.
Sufre Tripofobia: miedo patológico a las figuras geométricas compactadas y agrupadas formadas. por agujeros o dibujos de círculos repetidos.

VICE: ¿Desde cuando tienes esta fobia?
Erica: Yo me acuerdo que desde chiquita. En Ciudad Juárez, tenía como seis años, vi una de estas paredes, de esas que tienen como huecos, como una división. La vi como muy rara y me impacto. En mi cabeza pensaba que se cerraban y se abrían, como si respiraran esas cosas. Me quedé parada en medio de la calle. Reaccioné cuando un carro pitó. Veía esta piedra que antes se usaba para bañarse, pómez, que tiene muchos hoyitos, y me quedaba así un ratote, impactada, viendo eso. No es que me quedara aterrada todo el tiempo, era en segundos. Una vez me dijo mi mamá “haz la sopa de coditos, en caldo”. Ya ves que están así, curvos. La sopa como que se voltea, se quedan los hoyos ahí. Me acuerdo y hasta me empieza a cosquillear el cuerpo. Desde ahí empecé a sentir esa cosa. Empecé a fijarme en ese tipo de detalles, en los hoyos. Luego me topaba con paredes o con estructuras que tienen figuras muy juntas y pues igual.

¿Nunca has tocado alguna de esas estructuras?
¡No, no, no! No puedo con eso.

¿Qué sientes cuando estás frente a estas superficies?
Comienzo a sentir como escalofrío, ansiedad, ganas de llorar, de gritar. Pero a la vez quisiera agarrar eso y aplastarlo. No sé, es muy raro. Deben tener cierta profundidad para que me causen esa sensación.

Pero tú cocinas y a veces te encuentras con alguna textura así.
Sí, a veces en el pan, que es como poroso. Bueno, no pasa nada, es pan. Pero si le unto mantequilla o algo cremoso y se empiezan a ver lo hoyitos, que la mantequilla se empieza a ir para abajo, no se tapan los hoyitos… Es así como ¡ay! La gelatina, cuando la espuma se queda seca, también. Pero me la como. Es raro. Es algo que no alcanzo a explicar. Me da horror pero sí me lo puedo comer. Tengo la sensación pero pasa.

¿La gente que ya conoce tu fobia cómo reacciona?
Son más crueles que nada. Me dicen: “mira allá, hay unos hoyitos”. Me ha mandado imágenes con títulos falsos, y yo las veo y qué horror. Una vez me mandaron una imagen. Yo sabía que no era real. Era una mano con hoyos y dentro de esos hoyos tenía otras cosas. ¡Ay no! ¿Por qué hacen eso? Creen que es chistoso “le voy a hacer esta broma”, pero no lo es porque yo empiezo a tener esa ansiedad.

¿Te has tratado con algún especialista?
No. No se me hace que sea un problema que no me deje vivir. Pero si me topo con algo que me causa esa sensación, trato de controlarlo y ya. No pasa nada. No tomo terapia porque no sé a ciencia cierta si realmente me llegue a afectar, como que me vaya a quedar mal por eso o que de plano no pueda hacer algo.

Se supone que una fobia te la causa algo, como un trauma. Que yo recuerde a mí no me pasó algo. Nadie me dijo te voy a enseñar esto para que te traumes. No he leído casi nada sobre el asunto porque de repente salen las imágenes y me da cosa. Pero tratarme no, no creo. La verdad no lo voy a hacer.
Mayra Orona. Hace marketing digital.
Sufre fobia a las cucarachas.

VICE: ¿Qué te pasa cuando ves a una cucaracha?
Mayra: Si está en un lugar muy encerrado no la puedo matar, me paralizo. Prefiero matar un alacrán que a una cucaracha. No me quedo tranquila, me pongo muy ¡mátala, mátala, mátala!, o le doy la vuelta. O si veo que camina muy rápido salgo corriendo. Si vuelan es peor. Me da mucha comezón. No sé si es asco, ansia.

¿Desde cuando tienes esta fobia?
Viví un episodio hace como 15 años, cuando vivía en Cuernavaca, en un bungalito de estudihambre, que estaba dentro de la casa de un arquitecto. Entonces él un día fumigó. Cuando me desperté en la mañana para bañarme e irme a trabajar, no me di cuenta, abrí el baño, abrí la regadera y a borbotones empezaron a salir cucarachas, grandes, chiquitas, voladoras, no voladoras. ¡Estaban todas acumuladas en el piso! La pared se empezó a llenar de cucarachas. Como historia de terror. Entré en shock y me acuerdo, aunque esta parte como que se me medio borró, que fui por una escoba, no sé para qué, y cuando regresé ya se habían ido, pero otras estaban volando por el closet. ¡Ay, no!, ¡horrible! ¡Y seguían saliendo!

Empecé a gritar. La vecina bajó con su marido, con un bate de beisbol porque pensaban que me estaban asaltando. Cuando me vieron, yo no me acuerdo, me dicen que estaba pálida. Entonces ya entró el chavo, estaba todo lleno de cucarachas, no sé que hizo, creo que le llamó al arquitecto. Me subieron, me dieron un tecito para tranquilizarme y todo. No pude entrar al bungaló como en dos días porque tuvieron que limpiar todo. Pero esa escena así como Psycho, en la regadera y ves a la cucaracha bañándose ahí, no se me olvida.

¿Antes de ese episodio tenías miedo a las cucarachas?
Asco normal, creo. Nunca me han gustado la cucarachas, y creo que a nadie le gustan. No tenía la necesidad de matar cucarachas, no me paralizaban ni nada. Pero desde entonces sí ha habido casos. En una ocasión, en Cuernavaca, fui a tomar agua, subí la escalera y estaba una cucaracha ahí. Me dormí en la sala, porque no pude pasar por ahí. Desde entonces tenía mi kit de insecticidas, porque no las puedo matar. Me he llegado a acabar un bote cuando aparece una. Así de lejitos. Yo digo que es fobia.

De alguna forma afecta tu vida diaria.
Cuando estoy en lugares calientes sí. En las noches, si salgo a la calle o estoy en un lugar abierto. En las taquerías, como están en la calle, ahí a veces se ve el bicho. Lo único que hago, como sé que me voy a encontrar una, camino rápido o camino de lado.

¿Te has atendido con algún especialista?
No. Porque vivo en un lugar muy frío, Cuajimalpa, en la Ciudad de México. Cuando voy a casa de mis papás, en Monterrey, trato de no bajar en las noches a la cocina. Lo evito, más bien.

Fuente: https://www.vice.com/es_mx/article/yv7qnk/le-preguntamos-a-algunas-personas-sobre-sus-fobias